domingo, 14 de septiembre de 2014

Tigrida

De entre los muertos, como quien dice, nos llega un texto del cónsul José Nadalberto Palambre, que durante tantos años sirvió con bien a la causa nacional en diversos países latinoamericanos, en el que curiosamente no se habla de ninguna flor, ni nada parecido, pero nos ha parecido interesante... en fin. El texto se recoge en un libro de memorias del cónsul titulado 'Vida y me largo'.
'... en mi vida había visto nada igual. Aquella mañana me dirigía a mi puesto en el Consulado cuando me fijé en una mujer que trabajaba en la embajada checoslovaca y con la que había entablado conversación en alguna ocasión, durante recepciones y actos varios. Aquella mujer no era checoslovaca, si no una nativa del país que había conseguido el puesto de trabajo merced a sus buenos usos lingüísticos, dado que dominaba el inglés, el francés y el alemán de manera extremadamente fluida. Su trato conmigo era correcto, distante a veces, como si no quisiera más relación que la estrictamente formal y en ocasiones ni siquiera intercambiábamos un simple saludo. Se llamaba Tigrida.
Un día, sin que nadie me explicara el porqué, el conductor de mi automóvil no acudió a la hora convenida y tuve que ingeniármelas como pude para volver a mi casa, que, sea dicho, tampoco distaba demasiado del Consulado. Así que decidí ir caminando a mi casa. Por el camino, entre los edificios majestuosos de las Embajadas, Consulados, Residencias Gubernamentales y Sedes Ministeriales, vi algo que me dejó atónito. En el Jardín de la Residencia del Excelentísimo Embajador Checoslovaco, el señor Hrubek, se encontraban algunas de las flores más vistosas del mundo. Mientras caminaba, como digo, me fijé en que había alguien trabajando en aquel jardín, cavando, moviendo tierra. Era Tigrida. Me extrañó que aquella mujer realizara aquella labor. Curioso, me quedé mirando. Tigrida cavaba y cuando hubo preparado una pequeña fosa en la que cabía una persona de su tamaño, se introdujo dentro y fue tapándose poco a poco de tierra hasta quedar totalmente cubierta. Con una mano libre iba recogiendo tierra y asentándola mientras ella quedaba enterrada.
No soy persona que asuma conceptos extraños con docilidad. Pero algo me empujó a no hacerme preguntas y continuar con mi camino. A la mañana siguiente, le dije al conductor que iría al trabajo caminando. Pasé, como ya habrán imaginado por la residencia del Excelentísimo Embajador Checoslovaco, el señor Hrubek. Era muy, muy temprano, aproximadamente a la hora en la que empiezan a acudir a su puesto las gentes del personal administrativo en las diversas embajadas... y fue entonces cuando en ese Jardín, una mano apareció de debajo de la tierra y fue apartando la misma hasta que salió Tigrida, con su vestuario impoluto y su porte adusto. Incluso la acompañé durante un trecho del camino a la Embajada haciéndome el encontradizo.
Insistí en ver toda aquella operación durante unos días hasta que le pregunté al embajador Hrubek si sabía algo de todo aquello, explicándole lo que había visto. El embajador, persona de tranquilidad pasmosa, apuró el ron que estaba bebiendo y me dijo: 'Yo hace ya tiempo que aquí no me hago muchas preguntas'.
Así que cada uno en su casa sabe lo que tiene y no hay mucho más que decir al respecto'.

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