jueves, 30 de julio de 2015

De Ostia a Ostia


Llevábamos tiempo sin fijarnos en los textos que recibimos y nos hemos ido a fijar en una biografía, una autobiografía mejor dicho, la de Terbulio Péndulo, llamada 'De Ostia a Ostia' y de la que recogemos este pasaje que habla de la época y sus costumbres. Época romana y costumbres idem. Qué bien traído.
'Nos reunimos todos en el Foro y haciendo un corrillo al que se fue sumando gente curiosa y algún que otro espía de la parte contraria al que todos conocíamos, discutimos y decidimos que, finalmente, no íbamos a participar en las Fiestas Lupercales de ese año. Era una decisión difícil, dado que muchos de los presentes disfrutábamos de las Lupercales de una manera que no se comparaba a cualquier otra festividad o celebración, por motivos que ni a nosotros mismos nos parecían razonables. El caso es que, por ajustada mayoría, porque hubo quien amenazó con abandonar el grupo, se decidió que, nosotros, fuéramos quienes fuéramos nosotros, no íbamos a participar. Los motivos eran claros y suficientes. Desde hacía tiempo, el emplazamiento de las Lupercales nos era enojoso. No nos gustaba que esa fiesta de desenfreno y diversión, ese marasmo de alegría y jarana, tuviese lugar en un lugar que a nosotros nos gustaba contemplar en otro escenario. Nos gustaban las Lupercales, más que casi nada en el mundo, pero es que el lugar en el que se celebraban... Todos nosotros recordábamos aquel lugar, cerca de la Casa de Samaudio, como un paraje que había quedado rodeado por edificaciones y templos varios, pero que se conservaba como uno de los pocos lugares de Roma que mantenían cierto sabor de naturaleza, paz, sosiego, aunque fuera porque no había nada edificado allí. Pensábamos que Roma disponía de otros espacios para poder celebrar esas fiestas con el mismo talante y la misma... vamos. Que queríamos conservar aquel espacio para tocar el arpa, declamar versos de Petronio, analizar el vuelo de las aves, distinguir el trino de esas mismas aves, solazarnos con la paz y el amor universal en uno de los pocos lugares romanos que todavía podían utilizarse para ello. Y sin embargo, la autoridad se empeñaba en llevar allí unas fiestas que decían 'significaban un bien para Roma y en ese lugar, mucho más bien todavía'. Sin más. Toda una suerte de corifeos aupaban esta decisión con declamaciones en honor de los Pretores, de los Cuestores, de los Senadores, de todos los 'ores' que hubiese a mano, haciendo gala y honra de su amistad, e incluso mostrándose aún más fervientes partidarios de las Lupercales que nosotros mismos. Y eso nos molestaba y mucho.
Llegado el día de las Lupercales, y con el juramento de no asistir, no tuve por menos que darme una vuelta por el recinto, no por disfrutar de la fiesta, que no era ese el caso, si no por fiscalizar el cómo y el qué se llevaba a cabo en los alrededores de la Casa de Samaudio. Por hacer mejor mi trabajo, me introduje en la fiesta. Y cuál no fue mi sorpresa cuando me encontré a muchos de mis correligionarios, de los juramentados, también participando en mayor o menor medida de las Lupercales, contraviniendo el pacto alcanzado y saltándose el ritual... 'son las Lupercales, Terbulio,' me decían oliendo a vino y con cara de pena. Pena que desaparecía para volverse risa en cuanto me daba la vuelta, claro. Todos ellos se divertían y ya no tomaban en consideración lo que sufríamos por la Casa de Samaudio. ¿Quién era yo para reprocharles nada? Yo mismo, con una excusa banal, estaba allí, con una vasija en la mano llena de fresco vino. Un vino que, para más oprobio nuestro y de nuestra causa, me sirvió Fosca Selvática, una de las más intransigentes con el poder de la autoridad, que estaba en este caso dispensando vino y viandas a los asistentes... junto con algunos de nuestros más allegados fieles. Todos nos miramos y convinimos en no decir nada.
Cuando acabó todo, se convocó una nueva reunión en el Foro. Y volvimos a decir que al año siguiente, no asistiríamos a las Lupercales bajo ningún concepto hasta que la Casa de Samaudio...'

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