miércoles, 26 de julio de 2017

A sus pies

En un principio fueron los pies. Luego fuimos subiendo. Y llegamos hasta la cabeza. Pero en un principio, lo que yo miraba eran los pies. Estábamos en aquel lugar pasándonoslo bien todos, menos yo y me dediqué a mirar los pies. Los pies de la gente moviéndose al ritmo que marcaba una música que a veces me gustaba y otras veces no. Unos pies que a veces estaban enfundados en zapatos, otras veces estaban enfundados en zapatillas de deporte y dentro de este último segmento, de marcas diversas que iba seleccionando y cribando hasta llegar a quienes calzaban Adidas o Múnich. Cuando ya estaban elegidas y pensaba que no tenía nada que hacer, me fijaba en si bailaban a ritmo o no. No había ninguna relación causal. Los pies a veces llevaban chanclas, otras veces zapatillas como de estar pastoreando cabras en la tierra de Aram, a veces algún tacón. Todo tenía un orden y un desorden a la vez. Sonaban canciones divertidas, canciones profundas, canciones de pensar, pero no podía levantar la vista de los pies. Los pies me entretenían y alguien comentaba que volvían a ponerse de moda las suelas blancas, lo que le resultaba incomprensible y yo intentaba decir algo y no podía porque volvía a sonar una canción que provocaba que los pies se movieran. A ritmo. O no. Y cada pie acompañaba al pie que le correspondía y solo en algunas ocasiones los pies de distintas personas se mezclaban entre sí. Y todo iba más o menos como siempre, con la vida sucediendo y yo mirando al suelo los pies de los demás intentando ir gradualmente subiendo hacia arriba, mezclando lo del suelo con lo del cielo. Haciendo poesía dentro de mí. Haciendo los versos más tristes esta noche. Canto general. El pie mío, el pie derecho de punta sobre el suelo y el izquierdo sujetando todo el pecho. Todo el peso, perdón. El pie izquierdo pidiendo tregua y siendo el derecho el que gentilmente le toma el relevo. Y es entonces cuando quizás sin habérmelo propuesto me fijo quizás en alguna malla, algún tejano roto, alguna pierna blanca como una página de Word en blanco y la comparo con la mía si no está descubierta y me sonrío y quizás voy subiendo y me puedo interesar por alguna cintura, algún cinturón, alguna barriga que comparo con mi barriga y me pregunto si la gente con barriga no encierra en sí misma la suerte de haber conseguido acaparar el fruto de su trabajo. Y me espeluzna pensar en estas gilipolleces si casi no estoy bebiendo y me he pasado el rato mirando el suelo y los pies tan tranquilamente. Quiero volar y subir. Quiero disfrutar de la vida y de lo que me aguarda. Quiero alzar la mirada a Dios y demostrarle que su Creación ha aprendido la lección. Quiero mirar a la cara a la gente. Quiero descubrir las sonrisas, las miradas, las narices aguileñas, las narices de payaso, las narices de porra y hablar de tú a tú con mis iguales de narices de porra y preguntarle si no tienen familia en... y entonces es cuando se enciende la luz. Y es tarde. Y vuelvo a mirar al suelo. A sus pies.

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