lunes, 26 de marzo de 2018

Esperando a Godot en chándal de tactel

Buscando cómo se escribe tactel. Sin tilde. Encontrando un artículo en Vogue en el que nos anuncian que las chaquetas de Tactel volverán a llevarse en esta primavera. Los chándal de tactel, todos hemos tenido que llevar uno. No sé si todos hemos esperado a que llegase el día en el que poder dejar de usarlos. Todos, espero. No creo.
La Catástrofe es el nombre de una nueva ramificación de la Excèntrica, ese espacio para la creación y la representación que no deja de proponer cosas nuevas y otras no tan nuevas. Proponer cosas nuevas y otras no tan nuevas no significa nada. Simplemente proponer. Una de esas cosas es representar Esperando a Godot, obra fundamental del teatro del absurdo del Siglo XX, de Samuel Becket. Una de esas cosas es hacer que esa obra signifique algo. Que te devanes los sesos intentando saber qué te quiere decir. La obra se representa en la Colmena, no hay entradas.
Dos mujeres en el escenario dialogan. Están esperando a Godot, con sus chándal de táctel y sus gorritos de estibador. Hablan, comentan, dialogan, se duermen, esperan. No hay nada que hacer. No saben cómo es Godot, ni tienen claro cuánto tiempo llevan esperando. No parecen estar pasándolo bien. Tampoco parece que estén pasándolo mal. ¿Les suena de algo? Hablamos, comentamos, nos disfrazamos, nos vestimos a la última, o nos vestimos a la penúltima. Y nos vamos a tomar algo. Y nos quedamos en casa y vemos la tele. Estamos ahí. Comentamos y esperamos a algo, que no sabemos lo que es. En chandal de tactel o en lo que nos digan.
Es el momento en el que llegan dos personas. Una persona atada a otra persona. Una persona que manda y otra que obedece. No son Godot. A las dos mujeres les sorprende que la situación sea la que es, pero solo les sorprende, no hacen nada. Están esperando. Si se grita tienen miedo, si se piensa mucho, tienen miedo también.
Los dos hombres se van. El que manda y el que obedece. Al final sale una chica. Y chimpún.
Ahora se supone que viene el análisis de las interpretaciones, encumbrar a los actores, alabar la adaptación, transmitir con palabras una emoción, transmitir lo que se transmite. No tengo ni idea. Ni idea, de verdad. Ni sé de interpretación, ni sé de teatro. Escribo por escribir.
Y así vamos pasando el tiempo. Hoy toca escribir sobre esto. Mañana sobre lo otro. Si se me permite un apunte, nada, una tontería. Solo conozco a Bárbara Ferrer. Del elenco de actores y actrices, solo a ella. No conozco a los demás. Quizás la apreciación más importante que pueda decir sobre la obra, y puede que sobre toda la historia del teatro en general, es que se consigue hacer entender que esas personas no están actuando. Que son así. Todos. Inocentes, déspotas, idiotas, simples, obedientes, ridículos, irascibles, nosotros.
Y eso es a lo máximo que puedo llegar. Es absurdo.
Al acabar la obra, llegando a la parada de metro de Santa Coloma, encuentro a una señora con la bufanda amarilla. Es domingo por la tarde. Mira hacia los lados. Hay gente a su alrededor que está dando un paseo. Yo salgo del teatro. Es como si hubiera dos mundos. El suyo. El nuestro.
Es absurdo.

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