domingo, 13 de octubre de 2019

Joker - Todd Phillips

Hace unos pocos días, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump hizo una rueda de prensa anunciando que sus tropas se retiraban de Siria, dejando a la intemperie e indefensos en principio a los kurdos ante un inminente ataque de Turquía, su enemigo tradicional. Donald Trump argumentó que a fin de cuentas, los kurdos nunca habían ayudado a los norteamericanos, en la Segunda Guerra Mundial o en el Desembarco de Normandía, por ejemplo. Hoy, mirando Twitter, la noticia es que después de días de ataque, unos soldados turcos han asesinado de un tiro en la cabeza a una activista kurda por los derechos humanos tras sacarla del coche en el que viajaba.
En un momento de la película Joker, Thomas Wayne, potentado oligarca rico riquísimo y padre del que luego será Batman dice que en la ciudad de Gotham hay gente que ha llegado a tener un status y hace cosas por la ciudad y luego hay gente que solo se queja, que son unos muertos de hambre y que son unos payasos.
Joker es un peliculón. Y es más peliculón por lo que pasa durante toda la película y sobre todo al final de la película, que por el festival de interpretación del Joaquin Phoenix. Una película que te hace dudar. Dudar de todo, de lo que estás viendo, de la identificación con el personaje principal, de lo que está pasando, de la protesta, de las quejas, de los héroes y de los súperheroes.
Un peliculorro de tomo y lomo. Una película que se nos vende como el momento de creación de la némesis de Batman, el Joker, un personaje del que sabemos cosas por las películas anteriores de Batman, con las del Jack Nicholson y la del Ledger por otro como principales referencias. Y aquí se nos quiere contar, en principio el cómo y el porqué. O eso es lo que creemos.
¿Es Joker de izquierdas o de derechas? Hace poco las críticas de la Script vendieron la película como un artefacto revolucionario, una película de izquierdas, antisitema, contra los oligarcas, los poderosos. Les cayó de todo. Por su parte el crítico Pedro Vallín, dibuja a Joker como el tarado que quiere quemarlo todo más cercano al libertario americano de 'malditos burócratas de Whasington', a un zumbado de derechas que a un revolucionario. 'Un revolucionario debe tener un propósito, un plan'. Y Joker no lo tiene.
O al menos el Joker que aparece en pantalla, un personaje que vive inmerso en una enfermedad mental, en una vida triste y sórdida acompañando a su madre enferma y con la aspiración de convertirse en un cómico de televisión y participar en el programa de su adorado Robert de Niro, de la misma manera que Robert de Niro soñaba con participar en el programa del Rey de la Comedia Jerry Lewis en la película de Scorsese.
Todo esto, la enfermedad, la pobreza, la soledad, la desesperación, va llevando al personaje de Joaquin Phoenix a cometer actos, acciones que son interpretadas, que levantan a la gente y que convierten a ese payaso enfermo y sin gracia en la encarnación de los oprimidos. Un Che Guevara involuntario.
Una película que es un festival, como digo, de Joaquin Phoenix que después de esto podría hacer una película en la que apareciera sin hacer nada, estando nada más, por destensionar un poco. Una barbaridad. Tremendo.
Una película que te cuenta algo que tú crees que es lo que te cuenta. Y entonces, Antonio Resines. 

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