martes, 19 de noviembre de 2019

200 años del Museo del Prado

El Museo del Prado es el motivo. Madrid es eso que rodea al Museo del Prado. Tenemos nuestros gustos. Hablaré otra vez de mi padre. Mi padre fue capaz de ir a Bilbao a ver el Museo Guggenheim, pero no para ver el museo sino para descolgarse del viaje de vuelta y ver un partido del Athletic Club por primera vez en su vida. Antes, años antes, me acuerdo que me dijo de acompañarle a unos viajes que organizaban los sindicatos de la Telefónica y que les llevaban a Madrid desde todos los rincones del Estado español. Mi padre había ido muchos años y ese año ya iba un poco con el gancho. Su objetivo no era el viaje y la manifestación, no, su objetivo era ir al Princesa Sofía a una exposición de Antonio López. Y al Prado. Ahora que lo escribo, no recuerdo bien bien si aquella vez fuimos al Prado. Es igual, ya está dicho y citado.
El caso es que cada viaje a Madrid está ligado al Prado, la visita al museo. Llegar por la mañana, con mi hermano por ejemplo, bien temprano e ir al Museo y entretenernos durante unas obras contemplando arte e historia. Las dos cosas que más me gustan si quitamos de la lista... Sea como sea, es una gozada ir a Madrid, bajarte del tren, desayunar y comenzar a deambular por esos salones, viendo esos personajazos a caballo, esas diosas, esos dioses, esas escenas míticas, ese todo. Ese Bosco con sus figuritas y sus Brueghel con sus caras y esos todos flamencos y holandeses y los Rubens y los... todos, claro.
Personalmente todos me gustan pero los Velázquez y los Goyas son los preferidos. Sobre todo y sobre todos, los Velázquez relativos a Felipe IV. No sé porqué, pero los cuadros de este rey, las imágenes, las caras, son un poco la cara de alguien que me resulta cercano. No entiendo el porqué. La imagen de alguien superado por todo, por las circunstancias, por el reto, por que no sabe y no quiere. Una suerte de Oblomov. Creo que el personaje histórico real no fue así, pero me extasía la imagen de este buen señor Austria, con cara de susto, de menudo embolao, de vaya marrón. Escopeta y perro. Si alguna vez me hacen un retrato que sea exactamente como este. Escopeta y perro.
Y los Goya. Preferiblemente los retratos de reyes y demás. La Familia de Carlos IV. No se puede ser más republicano que eso. No se puede demostrar de manera más fehaciente que los reyes son la risa. Que los reyes no son nada. Los retratos de Carlos III, por ejemplo. Igual.
Visitas al Prado. Con amigos, con amigas.
Recuerdo una visita legendaria al museo con una amiga y sin lentillas. Sin gafas y sin lentillas. A lo vivo con mis tres dioptrías y media.
Y disfrutarlo como siempre.
El Prado, lo que justifica Madrid. El Prado y los murales.
El Prado y el cuadro del Perro asomando el hocico.
El Prado y el retrato de Carlos II, que sí que tenía cara de estar fuera de juego.
El Prado y el cuadro enorme de los fusilados de la década ominosa.
El Prado y el cuadro enorme de la Reina Juana la Loca paseando el cadáver de Felipe el Hermoso.
El Prado y salir del Prado para tomarnos unas birras.
El Prado y decirle a mi padre que tenemos que ir a Madrid los dos, con mi hermano si quiere, para volver al Prado y verlo con él.
Madrid como excusa para ir al Prado.
Tenemos que volver.

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