miércoles, 7 de marzo de 2012

Los malos III

Jean Janvier Joujouier nos cuenta algo que viene bien para seguir abundando en el tema, en su colección de cuentos 'Mezquinos de la provincia' :
'Los habitantes de la comarca no les veían el pelo, porque vivían completamente aislados del mundanal ruido, recluido en las faenas del campo, en el mantenimiento de una finca que habían arrendado a un señorito de la capital, que nunca visitaba sus tierras. Tan sólo un recaudador visitaba aquellos terrenos una vez cada tres meses para llevarse el capital que le pertocaba. El matrimonio Foufaller pasaba los días, las semanas, los meses y las estaciones, abnegadamente recogidos en el trabajo, en las tareas, en vigilar los sembrados, en desparasitar las viñas, en cavar, en arar, en sembrar, en cuidar de los animales, ordeñar las vacas, engordar los cochinos, hacer, trabajar, deslomarse. Ambos habían nacido en un pueblecito cercano y se habían trasladado a esa finca al poco de casarse. Gaston y Jean. Ya casi no recordaban desde cuándo estaban aislados en aquella porción de tierra, trabajando de sol a sol, sin acordarse de nada ni de nadie. Tan sólo, una vez a la semana, Gaston iba al mercado de Saint Marcelin a vender diversos productos de la finca. Todo lo que sacaba de aquellas visitas lo guardaba en una caja que el recaudador se llevaba sin casi dirigirles la palabra. Gaston, en sus visitas a Saint Marcelin no hablaba con los tenderos que le compraban el género, no se detenía en la taberna a refrescarse, no conversaba con los gendarmes si quiera. Llegaba, vendía su producto -las mejores remolachas de toda Francia- y se iba. En la finca le esperaba Jean, haciendo un puchero con cuatro patatas y una col. Todos los días comían lo mismo. Cuando moría algún animal, accidentalmente, hacían algún guiso con carne endurecida si el animal era viejo, pero habitualmente dejaban que la carne se pudriera, para que el recaudador no se lo cobrase.
Gaston y Jean llevaban mucho tiempo casados. Practicamente no se hablaban, porque no tenían nada que decirse que no fuera referente a las faenas del campo. Un día, Jean, empezó a vomitar mientras recogía patatas. Siguió en el sembrado y al cabo de un rato volvió a vomitar y cayó al suelo. Gaston la cogió y la llevó a casa. Jean estaba blanca, más blanca aún de lo que era en estado normal, porque ni siquiera el sol que la calentaba todos los días había conseguido tostar su piel. Blanca y más blanca. Jean pidió a Gaston que le diese un vaso de agua, que enseguida se repondría. Gaston le dio el agua y miró a su esposa con gesto contrariado. Ese mareo no era normal y les estaba retrasando. Tenían trabajo que hacer. Al cabo de unos minutos volvieron a salir al campo y Jean a la media hora de estar agachada volvió a caer desmayada. En su faldón tosquísimo había manchas de sangre. Gaston no sabía que hacer. ¿Coger el carro y llevar a su mujer al médico? No podía interrumpir su trabajo de esa manera. Acostaría a su mujer hasta que estuviera mejor. Él podría hacer el trabajo de ambos durante unos días. Si la cosa se alargaba siempre podrían esperar a que viniese el recaudador para preguntarle qué hacer. Le hizo un caldo a Jean y siguió trabajando. Cuando ya de noche volvió a casa Jean había muerto desangrada.
Gaston enterró a Jean detrás de la casa y siguió trabajando. Al cabo de quince días llegó el recaudador y preguntó por Jean. Al enterarse de su fallecimiento, el recaudador tomó nota. Dos días después, un matrimonio joven, el recaudador y un gendarme se personaron en la finca. Gaston debía de marcharse y dejar su puesto a aquel matrimonio. Le dieron unos pocos francos por el trabajo prestado y le pidieron que se llevara el cuerpo de su difunta esposa a otra parte. Gaston, que aunque huraño y poco hablador siempre había sido pacífico, no entendía nada. En un ataque de ira se abalanzó sobre el recaudador, pero rápidamente el gendarme le redujo con dos disparos en el pecho.
- Estos salvajes... -dijo el recaudador.
El mismo carromato en el que habían venido, se llevaron los cuerpos de los Foufaller.'

3 comentarios:

  1. Todos los recaudadores son iguales, ve?
    Pero el hombre debió llevar a su mujer al médico. A mí es que en ningún momento me pareció apenado o preocupado por ella, solo contrariado. O sea, que lo que le molestaba de que su mujer se encontrara mal era que los estaba retrasando, vaya. Y aunque el trabajo sea cuestión de vida o muerte, como esto otro también podía serlo y además la estaba viendo padecer tanto ante sus ojos, pues denota que el hombre era algo insensible, como poco.
    Vamos, que si le hubiera tocado ser recaudador, habría sido igual que el otro.

    Feliz día, monsieur

    Bisous

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  2. Que depresión me ha entrado al leer esto. Para mi el recaudador era un desalmado pero esta pareja desde luego no andaba bien de luces.
    No entiendo esta fidelidad a este ser ni el trabajo para nada. Malo es trabajar de sol a sol en la finca de uno pero para otro no tiene sentido.
    Y aquí nos quejamos de explotación laboral.
    Un abrazo

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  3. :(
    m'agrada perquè no m'ha agradat. Vostè m'entén, oi?

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