lunes, 14 de enero de 2019

Paloma palomita paloma

El otro día, de esos otros días que ya tan poco abundan dentro del catálogo de días de los que se disponen, el otro día, me encontré con la paloma. Y la paloma me dijo:
'Y yo que pensaba que estaba sola, y me he dado cuenta de que no estaba sola. Son reflexiones que se me ocurren, como paloma y como habitante de esta ciudad. Pensaba que estaba sola porque no me reconocía en los demás, no sabía que los otros y las otras eran palomas como yo. Y lo son. Y me siento mejor. O no me siento nada. No me gusta mezclarme con el resto. No es que no me guste. Hay palomas que no me caen mal y otras palomas que me caen bien. Paloma, no me acostumbro a ese nombre. Yo pensaba que no era una paloma. Soy como esos perros que se creen personas. Me creo un poco persona. Tanto tiempo aquí en la  plaza, entre la gente, oyendo cómo discuten sobre las pensiones, sobre bases de cotización, sobre años trabajando, sobre uno que se fue y que no saben dónde se fue y que el otro día se encontraron a uno que dijeron que estaba con él y que no lo han vuelto a ver, sobre ese que se separó y que ahora está que parece que le han caído 20 años encima, o sobre el que se fue al pueblo que a lo mejor viene la semana que viene. Pensaba que era uno de ellos. De los que están al sol en la plaza. El otro día me acerqué a uno de ellos. Yo antes pensaba que eso de tomar el sol era algo que hacíamos todos porque todos éramos iguales y nos gustaban las mismas cosas. Vi a uno tomando el sol apoyado en la pared el ayuntamiento. Y no pensé yo. Fua ahí cuando me di cuenta de que no éramos iguales. Mis compañeras palomas y yo nos ponemos al sol donde sea. Aquel buen señor estaba en la pared del ayuntamiento, solo. Solo él. Con los ojos cerrados. Y a nosotras nos da igual. Pero noté cómo había gente que miraba a aquel señor que estaba apoyado en la pared simplemente tomando el sol. Y noté que le miraban y no le miraban bien. Y yo supe que a nosotros no nos miraba nadie. Palomas y palomos. No nos miraban. No nos hacen caso. Si estamos colgadas de una cornisa, si estamos sujetas a un cable, nos miran, con miedo. Por si nos cagamos.
Yo pensaba que vosotros, como nosotras, también cagábais en cualquier sitio. De hecho lo hacéis. Y yo pensé. Y pensé muchas cosas. Pienso desde ese momento que al ser paloma, ya soy menos. Te lo digo a ti, porque creo que me entiendes. Ser paloma es menos que ser persona. No sé si sabes por donde voy. Son cosas obvias que tú crees que damos por sentadas, pero si eres persona no te inquietan. Temo por mi bienestar. Temo por mi vida. No había caído en ello hasta ahora. Ese día, el día que vi a aquel hombre apoyado en la pared. Perros, gatos, canarios, peces. Se creen personas. He hablado con algún gato que pensaba que yo era también una persona. Cuando el otro día le dije que era una paloma, me miró preocupado y me dijo que eso era un problema. No me ha vuelto a hablar. El gato. No lo he vuelto a ver. Y tengo un amigo, otro amigo, persona como tú, que desde que sabe que soy una paloma no deja de venir a verme, zalamero. Y quiere tocarme. Y cogerme. Y no sé.
Yo quiero decirte una cosa. Ahora que no nos ve nadie. Ni nos escucha. Tengo una duda. Si yo soy una paloma y yo no hablo tu mismo idioma, cómo es que nos entendemos. Cómo puede ser eso.
¿Y si tampoco soy una paloma? ¿Y si?... No sé.

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