jueves, 28 de mayo de 2020

Callejuela Style

Contaba mi padre que su abuelo se llamaba Quico y que era el Chispico porque estaba casado con la Chispica, supongo que porque hemos sido siempre muy de delegar y ya nos está bien el mote del otro. Al parecer, contaba, este abuelo Quico tenía la costumbre de ir a la plaza del pueblo y allí dedicarse a contar cosas, chistes, historias, cantar cancioncillas, etc. Las piezas encajan en el puzzle. A todos nos gusta hablar. Al menos, no conozco a nadie de la familia al que no le guste hablar. Es un mecanismo de defensa. Era un mecanismo de defensa. Estar en un sitio, no conocer demasiado, empezar a situarse, escuchar, 'ver el pampaneo' y pedir la palabra.
Un mecanismo para rellenar el tiempo mientras los demás han dicho cosas que tú ya tienes oídas o que, por no tenerlas oídas, te han parecido tan fuera del mundo que necesitas expresar que no, o que sí pero que no, o que yo que sé, pero que para seguir allí como si fueras un bulto, pues mejor levantar la mano un momento porque me parece que, a ver...
Contaba mi padre que el abuelo Quico, ese abuelo Quico, porque tengo otro abuelo Quico que tenía otras habilidades sociales que no eran las anteriormente descritas, que siendo ya muy mayor, se lo llevaron a Valencia con una hija y al cabo de muy poco tiempo se murió. Como diría mi padre, 'se lo llevaron allí y pom'. Mi padre llevaba en Santa Coloma como 47 años. Estos días, de obras en el piso, no pierdo la ocasión de decirlo. Eso lleva ahí desde que mis padres vinieron aquí en el 73. Dónde voy, no lo sé.
Mi padre llevaba aquí desde el 73 y no dejaba de bajar a su pueblo. El otro día hablábamos, para no perder la costumbre, de su acento y de porqué no lo perdió. Elaboramos una teoría y pasamos el rato. Esa teoría no la vamos a compartir porque no estamos aquí para hablar siempre de lo mismo. Hablar siempre de lo mismo no es divertido. Hablar de cosas que siempre terminan con la insistencia y recalcando la misma idea. Siempre igual. Otra vez.
Las cosas se cuentan una vez y ya. Salvo si las cuentas bien. Mi padre contaba muy bien una historia que ahora no sé bien quién se la contó así que contaré otra que contaba muy bien y que se la contó a su vez Robin, que también contaba muy bien las cosas. Dice la historia que al poco de venir a Barcelona, una vez, supongo que viniendo de trabajar, atravesando un polígono que no sabemos ubicar si era el de Buen Pastor o alguno de la Zona Franca o vete a saber, Robin vio venir a uno a lo lejos. Y lo vio con mala pinta. Y se iba a cruzar con él. Y le dio miedo. Aquel venía con mala pinta y venía a por él. Así que se le ocurrió algo para que no le hiciera nada. Robin siempre llevaba el pelo más largo que mi padre o no, pero sí más lacio, y cogió y se lo relamió y se lo aplastó, se cogió la chaqueta y se subió el cuello para arriba y fue él el que se fue hacia el tipo y le preguntó '¿tienes cinco duros paisano?'.
Mi padre se meaba de risa en ese punto. Y como no podía ser de otra manera repetía la escena varias veces para que el efecto fuera mayor.
Si sabes contar bien una historia, entonces puedes. Y mi padre lo hacía muy bien, contaba cuatro, cinco, seis historias, no sé cuantas, pero las contaba muy bien.
Nos podría haber contado hoy, que era su cumpleaños, mientras nos tomábamos el cava que no le gustaba, lo que hacía el chacho José cuando venía a casa y se ponía a cantar dando golpes con el codo en la mesa 'vino tinto con sifón, pom, pom, pom, pom...'. Y sacaba el dedo corazón a pasear.
Pero no vamos a estar hablando todo el rato de lo mismo. Solo si lo contamos bien.

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