jueves, 25 de enero de 2018

Un día con Virginia Woolf


Esta mañana he salido a dar una vuelta y justo al abrir la puerta me he puesto a estornudar. Mi madre dice que es alergia al frío y yo no quiero discutir con mi madre, ni con nadie de hecho, pero desconfío de la teoría de mi madre. No es alergia al frío. Es frío. O debilidad. He mirado en los bolsillos a ver si tenía algún pañuelo con que sonarme y tenía, claro que tenía, siempre tengo pañuelos en los bolsillos. Pañuelos que arrastro de hace una semana a veces. Encuentro el rincón y me sueno los mocos. Guardo el pañuelo en los bolsillos y noto que hay algo en los bolsillos que me hace daño. Desde hace unos días noto que me tira, que me aprieta, que me hace daño algo en la ingle. Justo donde tengo la herida de la hernia. La herida. La cicatriz. Y ahí digo yo que habrá algo, una llave, un llavero, un boli, que me aprieta. He salido a dar una vuelta igualmente porque me gusta caminar y tenía cosas que hacer. Últimamente tengo muchas cosas que hacer. Me doy cuenta de que he conseguido mi propósito de tener ocupados todos los días con algo. No hay horas muertas. Estoy yendo, estoy viniendo. Miro el móvl. Lo tengo en el bolsillo cada dos por tres y lo miro, por si alguien me quiere decir algo. Llevar el móvil en bolsillo, acariciarlo, toquetear el botón de encendido, es una droga, como una manera de mantener el contacto con algo que es bueno, que es mejor, que está en el móvil. Si toco el móvil es como si estuviera tocando una pata de conejo, o el crucifijo de... o la imagen de. Ya no tengo tiempo de escribir. Antes siempre encontraba un momento para escribir, escribir era una forma de encontrar un momento, teclear, hacer como que haces algo pero realmente no estás haciendo nada, estás escribiendo aquí. Es inútil. No tiene sentido. Miro en el bolsillo a ver si tengo un caramelo de los que cogí el día de Reyes, pero no tengo ninguno, porque siempre olvido meterme en el bolsillo alguno. Y sin embargo, cuando me toco el bolsillo noto algo que es más duro que el papel del pañuelo y más grande y siempre es la cuenta del supermercado, que arrugo y meto en el bolsillo y se queda ahí durante todo el tiempo del mundo. Todo el tiempo del mundo. ¿Cuánto más tiempo voy a poder escribir? Las teclas, ya lo sabe todo el mundo, se me saltan. ¿Y si un día el portátil se me rompe? ¿Y si no puedo escribir más? ¿Y si pongo internet en casa y dejo de salir a la calle y no veo nada que me llame la atención y me dedico simplemente a mirar twitter y a mirar cómo se me secan las plantas y dejo de dar vueltas por la calle yendo a sitios por decir que estoy yendo a sitios y muriéndome de satisfacción cuando a mis espaldas me dicen 'ya no sabes ni a dónde vas'? ¿Y si dejara de escribir? ¿Y si hace tiempo que no escribo y lo único que hago es rellenar? El efecto relleno. El relleno. Escribir por escribir. Escribir es una mierda que no conduce a nada. A nada efectivo. A ir refrescando el contador cada día a ver si. Y a ver si. Y a ver si. Y el llavero del unicornio no sé si tiene sentido seguir llevándolo, porque se me rompe cada dos por tres y no sé si es un llavero que sirva para llevar llaves o si es solo filfa. Todo es un poco filfa, la verdad. Y he ido a Barcelona esta mañana y he pasado por unos sitios y todos los trayectos los he ido completando como cuando los completaba hace tiempo, cuando pasaba por allí, como si un fantasma previo fuera guiándome, como en el vídeo ese de los White Stripes, en los que hay otra vida detrás de lo que pasa en primer plano. Me explico cada vez peor y tampoco ha sido para tanto. Tengo los bolsillos llenos de cosas. Creo que me estoy hundiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario