viernes, 1 de febrero de 2019

Continúe usted

Ahora que me dice eso, creo que viene al pelo lo que le pasó a mi amigo Cholla Pentahuamac, porque es de esas veces en las que te viene la idea al pelo y lo tienes que soltar. Cholla Pentahuamac había venido de un país latinoamericano hacía algunos años y estaba muy interesado en trabajar en el ramo de la administración y dirección de empresas, que era para lo que había estado estudiando en su país. Al llegar aquí no tuvo ningún problema para encontrar trabajo en una empresa, donde le explotaron de tal manera que a los seis meses ya estaba consumiendo pastillas para intentar recolocar algo su autoestima, sus principios, su presente y su futuro. Cuando estaba a punto de tirar la toalla, algo sucedió. Entró a trabajar, en principio para ayudarle, una compatriota, Antalia Guadalcanal. Ambos fueron explotados convenientemente y en lugar de servirse de ayuda y apoyo mutuo entraron en una sin par competencia por ver quién era el que más se esforzaba en resultar agraviado, puteado, manoseado, humillado. Ambos vivían en apartamentos muy cercanos, por lo que regresaban a su casa comentándose las humillaciones del día. Los abusos. Los desprecios. Las arbitrariedades. Cholla y Antalia no se hicieron amigos. Solo compartían el hábito de la desdicha y el rencor. Un rencor que en ocasiones se trasladaba a su propia relación inexistente. Cholla entendía que él era el explotado máximo, el agraviado máximo. Antalia pensaba que Cholla se quejaba de vicio. Ella venía de una familia pobre de su país y sabía lo que era ser explotado desde generaciones y generaciones. Cholla venía de una familia bien. Esa relación de oprobios y quejas compartidas era tan fuerte que ninguno se veía con fuerzas para dejar sus trabajos e intentar buscar algo mejor en esta sociedad en la que el que se esfuerza, acaba consiguiendo, al menos, vislumbrar el pálido reflejo de sus sueños.
Cholla Pentahuamac fue reclamado para visitar el despacho del supervisor, un ciudadano de origen neerlandés llamado Rjikemboek, que hablaba un inglés cómico y un castellano hilarante. Salvo si eras su subalterno, entonces la gracia la tenía en el nacimiento de.
Rijkemboek tenía por costumbre, una vez al mes, reprender de una manera agresiva y brutal a uno de sus empleados en su despacho. Cholla Pentahuamac fue recibido con un vendaval de gritos y recriminaciones salvajes. Fue amenazado con ser despedido fulminantemente. De inmediato. Nunca en su vida Rijkemboek había visto trabajador tan inepto. Tan ineficaz. Tan mediocre. Con tan poca autoestima. Cholla estaba a punto de echarse a llorar cuando Rijkemboek entró en colapso. Comenzó a toser, se ahogaba, tosía, los ojos rojos, comenzó a babear, Cholla estaba paralizado y Rijkemboek se estaba muriendo.
Entonces Antalia entró en el despacho y de alguna manera consiguió reanimar a Rijkemboek. Una vez repuesto, Rijkemboek les echó del despacho.
Ambos volvieron juntos a sus domicilios, como siempre. Cholla comenzó a hablar:
- Menos mal que has entrado y has podido salvarle la vida...
Antalia contestó:
- Oí que había dejado de gritarte y...
Continúe usted, que le he interrumpido.

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