miércoles, 28 de octubre de 2015

La portuguesa inesperada

Del libro 'Grandes misterios ocultos entre la maleza', del apasionado aventurero Adalbertus Irenión, recogemos uno de sus textos más breves dado que no tenemos mucho espacio para explayarnos en esta ocasión. Otro día, será otro día.
'Convine lo siguiente. Si existe un lugar en el que una religión ubique a sus dioses, debe haber un lugar en consecuencia en el que esos dioses estén realmente. Si los hombres han creado el Olimpo, es que el Olimpo está. Sé que es difícil de asimilar que algo que es invento humano pase a ser realidad tangible, y, aunque cueste verlo, yo lo tenía clarísimo. Si hay un Olimpo, y existe un monte Olimpo de verdad, los dioses están en el monte Olimpo, aunque no les hayamos visto allí. Seguro que están.
En tanto que esta idea me sobrevino durante un viaje en barco hacia la India, pensé en un lugar en el que se ubicasen todos los dioses del panteón hindú. Pregunté al pasaje y entre los eruditos presentes ninguno supo darme razón más allá de las típicas referencias a ciudades sagradas. Uno de los más sagaces de mis acompañantes me sugirió que preguntase en la cocina, pues los concineros y camareros eran de nacionalidad indo-pakistaní y ellos me sabrían ayudar de una manera más efectiva. Así lo hice. Un ayudante de cocina, una persona de semblante serio, bigotes retorcidos y espigado talle, me dijo que no hiciera caso de los libros sagrados y las ciudades santas. Que fuese a Amritsar y que de allí tomase cualquier camino, sin mirar brújulas ni destinos y que, cuando se volviese abrupto, cuando considerase que ya era impracticable, cuando tuviese la sensación de que ya no se podía avanzar más, saliera de la vía y caminase hacia mi izquierda, encontrase lo que se encontrase y que confiara en que los dioses estarían en ese preciso lugar.
Si a lo largo de mi vida hubiera dudado un segundo de lo que un desconocido me sugiriese, mi fama sería escasísima y mi nombre, Adalbertus Irenión, no sería tan famoso como es hoy. Así que ya sabrán que hice lo que se me indicó. En Amritsar dudé un tanto, ya que la ciudad es sagrada para los sijs y a mí me interesaba el panteón hindú, pero me lié la manta a la cabeza y me lancé. Me hablaron de un buen sitio para comer a las afueras de la ciudad y cuando terminé, me lancé a caminar por la calle hasta perderme por un sendero que me condujo a un paraje hermosísimo y cuanto más hermoso era el paraje más empinado era el sendero, de tal manera que hubo un momento en el que el sendero se diluyó para proponer una escalada en toda regla a un monte que ya califiqué como santo. Pero en ese instante recordé la observación de mi amigo el cocinero y cuando pensaba en trepar, di un paso a la izquierda, saliéndome del ya casi invisible camino y después de ese paso, otro y otro más. Con cuidado para no caerme, pues todo era muy inestable, miraba al suelo, Fue levantar la vista y toparme con un río y dentro del río un elefante y en torno al elefante todos los dioses hindúes. Bueno, allí estaban Brahma, Visnú y Shiva, juntos, pero no se miraban ni se hablaban. Noté mal rollo. El elefante no era tal, era Ganesha, y a su alrededor Krishna, que me pareció guapísimo o guapísima, porque no supe distinguir si era o no era, danzaba, sobrevolaba, se posaba, se quedaba quieto, hacía mil cosas y al mismo tiempo nada, transmitiendo inquietud y paz a la vez. Una sensación rara. Indra, Kundra, Varuna, estaban por allí, rodeados por otros dioses y semidioses más pequeños que componían cuadros de danza, o bien afilaban espadas, o se posaban en flores de loto, o se peleaban con Dharma, que me pareció que no casaba con su nombre, pues el nombre me transmite sosiego y él era como... repugnante... No parecían percatarse de mi presencia, salvo Kali, que me miró con su rostro horrible y, aunque pensé que daría alguna voz de alarma, siguió agitando sus múltiples brazos aparentando dar mucho miedo sin llegar a nada realmente. Mi vista iba de un lado a otro reconociendo divinidades y situaciones encantadoras a veces, anodinas las más, cuando me percaté en una figura que me llamó la atención. Sin lugar a dudas, Santa Teresa de Portugal no podía estar sobre aquella flor de loto. Y era ella. Vamos que si era ella. Me fijé y me volví a fijar y sin duda... Decepcionado por aquella falta de seriedad y sin ganas de preguntar nada porque igual la respuesta me dejaba peor cuerpo, volví sobre mis pasos y me fui.'

1 comentario:

  1. Hoy me ha transportado usted a aquellos tiempos de la dietilamida de ácido lisérgico. Y casi a la beat generation.

    Buenas noches

    Bisous

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