domingo, 4 de octubre de 2015

La Profesora Rosalba Scholastichus en Sala Carro de Baco


Yo fui al Seimar. Por lo tanto, buena parte de lo que contaba la obra de ayer en la Sala Carro de Baco, me sonaba de algo. No es que el Seimar fuera Treblinka, no es que los profesores del Seimar fueran como el retrato grotesco de la profesora protagonista de la obra, pero sí que había ciertas cosas, ciertos comentarios, ciertas situaciones que hacían volar la mente a un tiempo remoto en el que uno era pequeño y quería que la directora le mirase con buenos ojos y que no se riese de uno por haberse equivocado, por no llevar los deberes hechos, por no saber las obras completas de Antonio Machado con 12 años. Algo así, pasaba. Y miraba mientras la obra transcurría al Iñaki, que estaba entre el público para ver su reacción y él se reía con lo que pasaba. Al final de la obra se lo tuve que preguntar. Sí, a él también le había pasado.
La Profesora Rosalba Scholastichus es una obra coproducida por Zálatta Teatro / Ditirambo Teatro, compañías canarias y colombianas respectivamente. La obra aquí está interpretada por la actriz Laura Mª Escuela, que, la verdad, hace un trabajo muy valorable.
La obra, -basada, supongo, en los recuerdos del autor sobre alguna profesora que tuvo- como digo, hace que pienses en lo que tú viviste en el colegio, la profesora, entra en clase y pide que todos nos pongamos de pie, que recemos un Padre Nuestro, que cumplamos con las normas, que se acabó la broma, que esto va a ir muy en serio, que es muy firme y muy rígida. El público se ríe con los exabruptos y las exageraciones, al menos exageraciones que muchos pensarán de otro tiempo muy lejano y puede que lo sean. Pero a veces, la profesora para y pregunta por un alumno, un tal hijo de Miguel Orbegozo. Y cuando hace esto, la luz desciende, solo le enfoca la cara y ella cambia el tono de voz, ya no es autoritario, ahora es atormentado, triste, nervioso.
Pero el público, acostumbrado a lo otro, se ríe igual.
Este es el problema. La obra está muy bien, pero tiene demasiados arribas y abajos, demasiados cambios que a nuestros pobres cerebros no nos cuadran. Si estábamos riéndonos, porqué ahora estamos tristes. Si estábamos ciscándonos en esa profesora histérica y fascistoide, porqué tengo que sentir pena ahora de ella. Es lo que queda de la obra, que está bien, que la actriz hace un esfuerzo terrible por combinar los dos mundos, los dos aspectos de un carácter atormentado, por hacenos sentir que, quizás, detras de esa profesora estricta y avinagrada, se esconde un drama personal. Pero eso no lo captamos hasta muy al final.cAl final, la profesora se hace humana, se sincera con Rodríguez a quien anima a escribir, le dice a Patarroyo que es buena chica, y todo quiere acabar bien. Y aplaudimos a rabiar a la actriz, pero me voy un poco con la sensación de que no nos hemos quedado con un todo, con el todo de la obra, sino con una parte, la parte grotesca y que la parte más profunda, no nos interesaba tanto, nos interesaba reirnos, hacer broma, interrumpir a la actriz, esas cosas. Lo otro... era sábado, qué quieren.

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